“Todo me está permitido, pero no todo es provechoso. Todo está permitido, pero no todo es constructivo. Que nadie busque sus propios intereses sino los del prójimo”
I Corintios 10:23-24
Alguien dijo: “que nuestra libertad termina donde empieza la del otro.” Se tiene, en casos específicos una forma equivocada a cerca de la libertad personal. La gente dice: “yo no tengo que dar ninguna explicación a nadie sobre mis decisiones, soy libre de hacer lo que yo quiera” “no me importa lo que digan o piensen sobre mi persona, sobre mis decisiones o sobre mi conducta”. Esas respuestas y otras parecidas son de personas que les falta madurez y de considerar que hay ciertas decisiones que afectan a otros, como pueden ser los hijos o los padres, el amigo, el compañero de estudio o de trabajo, etc.
La ética cristiana tiene un concepto diferente de la libertad que se tiene en Cristo. El apóstol Pablo, responde a los cristianos de la ciudad de Corinto, cuando ellos preguntaban: ¿Por qué se ha de juzgar mi libertad de acuerdo con la conciencia ajena? “No hagan tropezar a nadie, ni a judíos, ni a gentiles ni a la iglesia de Dios. Hagan como yo, que procuro agradar a todos en todo” (10:29, 32-33).
Los corintios estaban abusando de su libertad, vivían algunos de ellos de manera inmoral, otros abusaban de la confianza de otros, les importaba muy poco su crecimiento en la ética de Cristo Jesús, por eso el apóstol les exhorta y se pone como ejemplo de su comportamiento ante otros. Eso habla de madurez, de rendición de cuentas en mi proceder. Nadie es perfecto, pero los que abusan de su libertad además de afectar a otros son afectados así mismos en alguna área de su vida o de su seguridad, llegan a arrepentirse pero a veces es demasiado tarde.
Vivamos con responsabilidad ante Dios, ante los que nos aman, lo mismo con otros creyentes en Cristo y con el prójimo cercano a nosotros.