Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus discípulos.” Y Jesús les enseñó a orar (Lucas 11:1-4).

También les aconsejó “Pero tú cuando te pongas a orar, entra en tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto… (Mateo 6:6) En otra ocasión Jesús les dijo a sus discípulos: ”Oren para que no caigan en tentación.” (Lucas 22:40) “Pidan al Padre que envíe más siervos a cosechar …” (Lucas 10:2).

El apóstol Pablo, se refirió a la oración en varias ocasiones, en las cartas que envió a las iglesias que había organizado, motivándolos a que oraran. Lo mismo hicieron los apóstoles Juan y Pedro, también el escritor Santiago. Jesús, sus discípulos y todos los demás tenían la oración continuamente como un estilo de vida. Si ellos lo hicieron, por qué no deberíamos hacerlo nosotros. La oración es un asunto de necesidad para tener comunión con Dios todos los días o frecuentemente. Es necesario la disciplina o el hábito para que llegue de tal manera hacer parte de nosotros, como un  estilo de vida en Cristo. Tendemos a solicitar a otros que oren por nosotros en ciertas circunstancias o por nuestras necesidades de lo material, espiritual o por nuestra salud o la de nuestra familia, ¿por qué lo hacemos o les pedimos? Porque reconocemos que ellos son personas de oración, es parte de su vida diaria.

También nosotros debemos seguir ese ejemplo de buen hábito en nuestra vida, creceremos en nuestra fe y tendremos más dependencia en Dios por medio de Cristo y con la ayuda del Espíritu Santo. Nos convertiremos en intercesores, sirviendo por medio de la oración en favor de la obra de Dios, de los misioneros, de los predicadores, de los pastores y de todo aquel que nos pida su apoyo. También orando por la conversión de otros a  Cristo. No lo dejes para después, decide hacer de la oración una parte de tu vida diaria, serás más feliz teniendo una vida victoriosa.

Lee Lucas 11:1-4