“…Aquí me tienes: he venido a hacer tu voluntad”  Así quitó lo primero para establecer lo segundo. Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesús el Cristo, ofrecido una vez y para siempre.

Carta a los Hebreos 10:9-10

Esta carta a los Hebreos fue revelada por Dios el Padre e inspirada por el Espíritu Santo al escritor, para que hiciera una exposición maravillosa del sacrificio de Cristo realizado una vez y para siempre, para quitar los pecados de muchos; que gran misterio, pero que salvación tan eficaz para todo aquel que ha creído en Él desde su muerte y resurrección. 

Lo primero, dice el escritor “que los sacrificios de animales no eran suficientes para quitar los pecados. “Por eso, al entrar en el mundo, Cristo dijo a Dios el Padre: —A ti no te complacen sacrificios ni ofrendas; en su lugar me preparaste un cuerpo; no te agradaron ni holocaustos ni sacrificios por el pecado. Por eso dije: “Aquí me tienes —como el libro dice de mi—He venido, oh Dios, a hacer tu voluntad.” La entrega de Jesús para este sacrificio vicario, es decir sustituto, tomó nuestro lugar para satisfacer la justicia de Dios y su ira por el pecado del hombre.

El pecado  del hombre es rebeldía o no hacer la voluntad de Dios, desobediencia flagrante. Y tal pecado merece la muerte, muerte física, espiritual y eterna. Al ofrecerse Cristo Jesús en el lugar del hombre infractor, rebelde y pecador, cumplió con todos los requerimientos. Al tomar nuestro lugar fue para que nosotros fuéramos perdonados, declarados sin culpa, alcanzar la salvación del alma y tener una nueva vida, con la promesa de vida eterna.

“Por lo tanto, ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Romanos 8:1). Tenemos que dar gracias a Dios por la salvación eficaz realizada en nuestro favor por Cristo Jesús, Señor nuestro. “¡A él sea la gloria ahora y para siempre!. Amén.” (2 Pedro 3:18).

Lee Hebreos 10:1-10