“Porque la profecía no ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo.”

2da. de Pedro 1:21

En el siglo segundo, Clemente de Alejandría y Orígenes en el siglo tercero, usaban el término “respirado por Dios” respecto a la inspiración de la Biblia. Jacobo Arminio un teólogo holandés en el siglo quince dijo: “Solamente en las Escrituras Sagradas tenemos la infalible palabra de Dios y en ningún otro lugar”. En el siglo 18 Juan Wesley convirtió esta declaración de Arminio, como una fuerza poderosa para iniciar el más grande avivamiento espiritual en Inglaterra. En el prefacio a sus notas explicativas sobre el Nuevo Testamento dice, de las Sagradas escrituras: “Cada parte de ellas es digna de Dios, y todas en conjunto son un cuerpo entero en el cual no hay ningún defecto ni ninguna parte superflua”, “El lenguaje de sus mensajeros además es exacto en el más alto grado, porque las palabras que fueron dadas a ellos correspondieron con precisión a las impresiones hechas en sus mentes.”  Esto nos lleva al pensamiento que Dios respetó la idiosincrasia de los que escribieron su palabra, su lenguaje, su estilo, su manera de pensar y su educación y cultura.

Por eso muchos comentaristas bíblicos aceptan que la Biblia es un Libro Divino-humano, tal como Cristo tenía las dos naturalezas. Dios en su excelente sabiduría irrumpió en el alma de Moisés, de David y de cada uno de los escritores del Antiguo y Nuevo Testamento para revelarles su voluntad, su verdad, sus mandamientos e instrucciones.

La Biblia fue redactada por hombres, salió de sus manos, pero su fuente original fue de Dios e inspirados por el Espíritu Santo, esto le da autoridad para que tú y yo confiemos plenamente en la palabra de Dios.

Lee 2 Pedro 1:16-21