“El gran amor del Señor nunca se acaba, y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; muy grande es su fidelidad. Por tanto digo: El Señor es todo lo que tengo. En él esperaré.”

Libro de Lamentaciones de Jeremías 3:22-24

Tanto en el Antiguo Testamento, como en el Nuevo Testamento de las Sagradas Escrituras, se lee sobre el amor de Dios. Los escritores lo expresan bajo sus propias experiencias, así como al observar las acciones de ese amor en la gente, ya fuera en una experiencia de compasión, de misericordia aplicada, por medio de sanidades, milagros en humanos y en otros beneficios. Jeremías lo expresa en algunos de los versículos de su libro, enfatizando que Dios ama y Dios es compasivo con todos aquellos que lo buscan en el infortunio oportuno su deseo de conocerlo. Aun cuando el hombre no busca a Dios, Él tiene compasión de los irredentos pecadores porque desea que nadie se pierda sino que regresen a Él arrepentidos.

Jeremías lo dice con toda sabiduría y sinceridad: “El gran amor de Dios nunca se acaba, su amor perfecto es inagotable y renueva su misericordia y compasión  cada día.” En contraste con el amor humano que es inconstante o voluble, ventajoso, egoísta, grosero, controlador y un día se acaba. Dios lo demuestra en su compasión por todos los seres creados, por el hombre y la mujer. Esa compasión en varias ocasiones lo demostró Jesús de Nazaret, el Mesías prometido. El amaba a la gente, se compadecía de los pecadores, de los publicanos que eran  odiados, de las mujeres de mala nota, de los enfermos y de los niños. Su amor compasivo lo demostró de muchas maneras hasta al punto de ofrecer su vida por los humanos, un amor de sacrificio.

Jamás dudemos del amor de Dios y de su compasión en nuestro favor, aunque nadie nos ame, su amor permanece en fidelidad hacia ti, hacia mi y hacia todo aquel que crea en Él.

Lee Lamentaciones 3:22-24