“Y tú hijo mío, reconoce a Dios, venéralo y sírvele con un corazón limpio y de buena voluntad, porque El ve los corazones, entiende y conoce cada pensamiento” (1 Crónicas 28:9 TLB). Al reflexionar en estas palabras podemos aprender ciertas lecciones que nos convienen:

También, aprendemos que nada de nuestra vida quedará sin que sea juzgado por Dios. Muchas veces nosotros no le damos importancia a las palabras, pero aún la más pequeña de ellas será traída a juicio por Él. Jesús el Hijo de Dios dijo: “De toda palabra ociosa que digan los hombres de ella darán cuenta en el día del juicio”. Esto quiere decir que nuestra vida es realmente trascendente, en lo bueno que ella tenga o en lo malo que ella practique. Pero ninguno será juzgado por bueno sino por lo malo que haya cometido. El profeta Ezequiel declara: “Yo juzgaré a cada uno según sus caminos”.

Finalmente, nada de nuestra vida quedará sin la paga justa de Dios. La razón por que el profeta Samuel fue en busca de alguien a quien ungir como rey no era porque la nación de Israel no tuviera uno, sino porque Dios lo había desechado por desobediente. La lección objetiva de esto es que ante Dios nadie quedará impune. Lo peor de todo esto, es que las consecuencias de nuestra reprensión pueden trascender nuestra propia vida hasta afectar a otros que están a nuestro lado. Nada queda oculto ante la vista de Dios; todo en nuestra vida será juzgado por Dios como Sumo Juez y nada se quedará sin su pago justo. Es preciso vivir irreprochablemente y depender de alguien que puede interceder por nosotros, El es un abogado perfecto, hizo su trabajo con esfuerzo y abnegación, sufriendo el castigo por nosotros y muerte de cruz, ahora el intercede por todos los pecadores.

Confía en Él, deposita tu fe como tú abogado y recíbelo como tú Salvador y serás aceptado por Dios como su hijo.

Lee Mateo 12:35-37