Salmo ciento treinta y nueve de David

Me dije: “Mientras esté ante gente malvada vigilaré mi conducta, me abstendré de pecar con la lengua, me pondré una mordaza en la boca”.

El infortunio produce una sensación de congoja, por los riesgos que se presentan en asuntos morales, emocionales y en la enfermedad. La persona se ve presa de ansiedad. El poeta esta en este estado de ánimo por lo que está experimentando, se propone a dar testimonio de su fe, no reniega, no vocifera, no maldice, no culpa a nadie, los malvados lo observan porque desean que caiga en la trampa de la inconformidad y maldiga a Dios y a su situación; el guarda silencio, a pesar de que su angustia va en aumento, su corazón le arde, el fuego se inflama dentro de él. Pide a Dios que le indique el límite de sus días, el tiempo que le queda por vivir. Reflexiona lo fugaz que ha sido su vida, los años de su vida no son nada; que la vida, es un soplo, un suspiro que se pierde entre las sombras, es decir la muerte. ¿Qué esperanza me queda?

Cuántas veces hemos estado en esta situación angustiante, la depresión nos embarga porque el mal nos persigue, el dolor de la enfermedad nos aniquila, el pecado nos asedia y la fe decae. Pero como David saquemos fuerza de la flaqueza y digamos: ¡Mi esperanza he puesto en ti! “Señor, escucha mi oración, atiende mi clamor; no cierres tus oídos a mi llanto. No me mires con enojo, y volveré a alegrarme antes que me muera y deje de existir.” Que nuestra dependencia en el Señor sea una realidad sincera. 

Ante las pruebas o las tribulaciones, demos buen testimonio ante todo aquel que demande explicación de nuestra fe y esperanza. 

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