El relato, de una etapa en la vida del profeta Jonás, es fascinante. Era un hombre temeroso de Dios, servía al Señor y a su pueblo con un ministerio de ayuda espiritual, en forma itinerante iba para dar la palabra de Dios. Pero, como tú, como yo y como otros, a veces desobedecemos a Dios en lo que Él nos pide. Puedes leer la desobediencia de Jonás en el capítulo 1 de su libro. Dios decidió castigar a los habitantes de la ciudad de Nínive, capital de Asiria porque sus pecados eran insoportables, Dios en su misericordia deseaba darles una oportunidad de arrepentimiento, por lo tanto decidió que el profeta Jonás fuera a Nínive y les diera un mensaje de advertencia, dándoles la oportunidad de arrepentirse de sus pecados. El profeta se negó hacer la voluntad de Dios y huyó de Él, se subió a un barco que iba a la ciudad de Tarsis al otro extremo de Nínive, Dios provocó una terrible tormenta, los marineros investigaron la causa y Jonás confesó que todo venia de Dios y él era el culpable de esa desgracia. A sugerencia de él los marineros lo arrojaron al mar y la tormenta cesó y se sorprendieron, salvados de la catástrofe. Dios preparó un gran pez para que se tragara a Jonás, estando en el estómago del gran pez el profeta hizo una oración de confesión y arrepentimiento la cual es impresionante.
Lecciones que aprendemos: no se puede huir de Dios, en donde estemos Él nos ve y tiene preparado algo para disciplinarnos por nuestra desobediencia. Es mejor obedecer a Dios, cuando fallemos tenemos el recurso de la oración, por medio de ella solicitemos al Señor el perdón de nuestra rebeldía bajo un sincero arrepentimiento, hagamos un compromiso que le obedeceremos, de inmediato hagamos lo que desea en obediencia sincera, lo lograremos, le daremos satisfacción a Dios, tendremos paz, tranquilidad y una nueva comunión con Él como nuestro Dios y Padre.
Lee Jonás 2:1-10