Si nos transportamos en el pensamiento a esos días, aún los más sabios, todavía pensaban en una tierra plana con un lugar llamado cielo más allá del infinito. Si Jesus quería darles a sus seguidores una prueba incuestionable de ese cielo, de la ciudad de Dios a la cual retornaba, era necesario la ascensión. El había prometido: “voy pues a preparar lugar para ustedes para que estén conmigo para siempre, porque en la casa de mi Padre hay muchas  moradas”. Cuando Lucas nos relata esto dice que los 500 discípulos: “Regresaron a Jerusalén con gran alegría” (24:52). ¿Por qué de esa alegría? Para ellos la ascensión al cielo de Cristo Jesús, es que Él estaría con ellos para siempre en su Espíritu. El había prometido “no los dejaré huérfanos. Vendré a ustedes.” “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”. El Espíritu Santo es el mismo Jesús y estuvo con los discípulos y ha estado con los creyentes de todas las épocas y ahora está en ti, en mi y en millones de sus seguidores.

En segundo lugar en estos versículos se nos dice del regreso de Cristo. Debemos recordar dos cosas:

(1) No se debe especular con la fecha, pero es inminente su regreso, es real su promesa,  Él volverá.

(2) La enseñanza del Nuevo Testamento es que Dios tiene un plan para el hombre y para el mundo.

Tenemos que creer que la historia no es un conglomerado casual de hechos fortuitos que no van a ninguna parte. Tenemos que creer que el mundo tendrá un final. Que existe un hecho divino en la línea del tiempo hacia el cual se mueve la creación; debemos creer que cuando lleguen los eventos para la consumación, Jesucristo vendrá en poder y gloria y será el juez y Señor de todos.

Tienes que creer esto: su muerte, su resurrección, ascensión y su regreso. Esto nos anima a estar preparados para ese día.

Lee Hechos 1:1-5, 9-11