“Como bien saben, ustedes fueron rescatados de la vida absurda que heredaron de sus antepasados. El precio de su rescate no se pagó con cosas perecederas, como el oro o la plata, sino con la preciosa sangre de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin defecto”

I Pedro 1:18-19

El costo infinito que hizo posible el cumplimiento del plan de salvación ofrecido por Dios debe tener una respuesta, un sí, y determinación de ser puros, limpios en nuestra vida moral y santos. No se podía pagar nuestro rescate con cosas perecederas, materiales, sacrificios, obras meritorias o ritualismos. Los judíos pensaban y creían que su salvación eterna era por una relación terrenal como hijos de Abraham. Por otro lado, los gentiles ponían su esperanza en los muchos dioses del politeísmo cuyo favor se podía obtener con oro y plata. En ambos criterios, su forma de vivir era determinadas por la religión y la moralidad convencionales.

Ese rescate de Cristo fue eficazmente realizado por su bendita muerte, como sacrificio a favor del pecador penitente y el rescate fue logrado de un estado infeliz, bajo condenación y muerto espiritualmente a un estado de gracia, de amor y perdonado y de seguridad eterna; provocando en él, contentamiento, gozo y felicidad duradera. Por la sangre preciosa de Cristo el cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Era la sangre de Dios (Hechos 20:28), pues la Deidad se encarnó en la humanidad de Jesucristo. Por eso es una sangre preciosa honrada por Dios el Padre.

El costo de nuestra salvación fue infinito. Debemos valorarla.

Lee 1 Pedro 1:13-21