Que contraste, o se ríe o se llora. En nuestra vida ha sucedido. A veces la alegría nos invade, un día en la que la vida nos sonríe, nos sentimos plenos, llenos de satisfacción y felicidad, todo parece salir a la perfección, nos sentimos satisfechos con nosotros mismos, en las relaciones con los demás; familia, amigos, profesión, trabajo y relaciones amistosas, ¡que felicidad!, así es nuestro  tiempo de vida, nos es satisfactorio, aceptamos y comprendemos que todo viene de Dios, no podemos negarlo, Él nos ha dado una y otra vez su bendición, reconocemos que esto es vivir la vida en plenitud. Que hermosa experiencia de este tiempo tan maravilloso y no deseamos más que reír con los que se ríen y reír con nosotros mismos y con Dios, porque todo es excelente en nuestra vida. Desafortunadamente tenemos que reconocer que como humanos no todo es alegría y felicidad, somos seres humanos, frágiles en nuestro devenir día tras día y nuestros días por venir y tenemos que enfrentar situaciones propias o de otros y tenemos que sufrir y llorar. Él apóstol Pablo lo incluye en su carta a los Romanos y les dice: “Alégrense con los que están alegres. Lloren con los que lloran” (A los Romanos 12:15).

Es tan triste ver sufrir a los que amamos, papá, mamá, hermanos, abuelos, familiares queridos, así como a los buenos amigos. Pero, el sufrimiento se hace más profundo cuando nosotros somos los que  estamos en el infortunio, nos duele nuestra situación, nos sentimos impotentes, y no tenemos las fuerzas para luchar, nos sentimos deprimidos y se nos va la esperanza de que podamos salir de esta lamentable situación.

Reaccionamos en la desesperanza, llega la luz, confiamos aún en la poderosa mano de Dios nuestro Padre y nos ponemos en sus preciosas manos y como Pablo el apóstol, declaramos con firmeza: “todo lo puedo en Cristo que me fortalece”, y salimos victorioso ante la desgracia. Necesitamos aceptar que los contrastes en nuestra vida son o serán reales. Por lo tanto, disfrutemos la alegría y recordemos que un día Él lloró, será también una realidad.

Lee Romanos 12:14-16