En el día de la fiesta de la Pascua, Jesús el Mesías reflexionaba que había llegado la hora de morir. Su amor por sus discípulos era evidente. Quedaban pocas horas para estar con ellos, esa última cena tenía que ser inolvidable para Él y para ellos; para Él porque se iría de este mundo para volver al Padre, ya no estaría al lado de ellos como hombre mortal, como el Maestro que les enseñaba, como el amigo que caminaba y tenía compañerismo con ellos. Juan dice en su evangelio: “Y habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin”.

Para sus discípulos también sería inolvidable porque el Maestro de Galilea, el Mesías, el Señor; “Se levantó de la mesa, se quitó el manto y ató una toalla a su cintura. Luego echó agua en un recipiente y comenzó a lavarles los pies y a secárselos con la toalla (Juan 13:4-5). Simón Pedro se rehusó a que le lavaran los pies, pero Jesús le dijo: “si no te dejas que te los lave no tendrás parte conmigo”(6-8). Jesús volvió a la mesa y les dio el mensaje de humildad y de servicio entre ellos. “Ciertamente les aseguro que ningún siervo es más que su amo y ningún mensajero es más que el que lo envió”. En otras palabras, entre ustedes no habrá jerarcas, sino sólo servidores, consiervos porque han sido llamados para servir. ¿Entienden esto? Replicó Jesús. “Felices serán si lo ponen en práctica.” (17).

Cuando participamos de la Cena del Señor, pidamos ser humildes y servidores de los demás. La Cena del Señor también será inolvidable para nosotros. Amén.

Lee Juan 13:1-17