Los Diez Mandamientos son diez reglas de vida y conducta que fueron dadas por Dios mismo al pueblo de Israel por mediación de Moisés su siervo escogido y de aplicación a todo ser humano. Jesucristo lo resumió con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente”. -Este es el primero y el más importante de los mandamientos. -El segundo se parece a este: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. – De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas (Evangelio de Mateo 22:37-40). Notemos que este resumen de Cristo, el amor a Dios precede al amor del prójimo. Y este amor a Dios no es simplemente un reconocimiento de que tal amor es la base de la moralidad y la religión, ni tampoco que el amor al prójimo está relacionado con nuestro amor a Dios.

El primer mandamiento se refiere al amor que debemos a Dios, porque Dios es eterno, infinito, poderoso, creador de todo incluyendo a la humanidad y merece nuestro amor como seres humanos y aún más como hijos adoptados por su gracia, su amor y misericordia por medio de su Hijo el Mesías, Señor y Salvador. Debemos amar a Dios no por los beneficios que recibimos de Él, sino por lo que Él es en sí mismo.

Notemos también, que si los Diez Mandamientos son expresados en forma de negaciones, ello no se debe a que la religión cristiana tenga un carácter negativo, sino que antes bien revela lo que es la naturaleza humana. Si Dios nos instruye a apartarnos del mal, es porque a causa de nuestra naturaleza pecadora somos en principio, incapaces de hacer el bien. Pero hay un consuelo en todo esto, y es que esta ley moral nos conduce a un perfecto Maestro, Cristo Jesús, quien es el único que puede darnos fuerzas para apartarnos del mal y a su vez, hacer el bien a nuestro prójimo. Es importante y necesario que comprendamos el verdadero valor y propósito de la Ley de Dios, Jesucristo la cumplió de manera perfecta, y es, así mismo la única esperanza de salvación que tiene el ser humano y ayudarnos en la obediencia que Dios espera de sus hijos.

Lee Mateo 22:36-40