Hay enfermedades como resultado del pecado personal. El poeta lo expresa así: “Señor, no me reprendas en tu enojo ni me castigues en tu ira…por causa de tu indignación no hay nada sano en mi cuerpo; por causa de mi pecado mis huesos no hallan descanso… mis llagas hieden y supuran. Estoy agobiado, del todo abatido; todo el día ando acongojado. Estoy ardiendo de fiebre; no hay nada sano en mi cuerpo… Late mi corazón con violencia, las fuerzas me abandonan, hasta la luz de mis ojos se apaga. Estoy por desfallecer; el dolor no me deja un solo instante.”

Una situación desesperante, una enfermedad terrible y agobiante le ha llegado a este hombre, la angustia y la depresión lo han invadido. Lo más lamentable que le sucede es el abandono de los suyos, de sus amigos, vecinos y conocidos. Y otros se burlan de su desgracia, otros buscan su mal y otros más traman matarlo, enemigos gratuitos y el odio hacia él sin motivo alguno.

Cuánto sufrimiento físico, moral, espiritual y emocional. Aquí encarna el Mesías en este salmo, porque todo esto y más, lo sufrió por amor a nosotros. ¡Bendito sea!  Toda afrenta o deshonra a Dios tendrá su merecido, Dios no se queda con nada, Él dice “Mía es la venganza, Yo pagare”.

David toma la siguiente decisión y que mejor si tú la tomas también en medio de tus sufrimientos.

1) Reconoció su pecado y lo confesó al Señor misericordioso y perdonador. (Si crees que tu enfermedad es el resultado de tu pecado).

2)  Pidió la intervención de Dios. “Señor, no me abandones; Dios mío, no te alejes de mí. Señor de mi salvación, ¡ven pronto en mi ayuda!”.

Que esta sea tu oración.

Lee Salmo 38