El Antiguo Pacto fue entre Dios y Moisés como representante y líder del pueblo de Israel en la cumbre del Sinaí. Ahí Dios les hizo prometer el cumplimiento de los mandamientos, preceptos y normas que formaban La Ley (Toráh). Israel no cumplió con el pacto, por eso en el Mesías Jesús, Dios renueva el pacto con la sangre vertida en el sacrificio de Cristo. Porque sin derramamiento de sangre no hay perdón de pecados. “Por eso, al entrar en el mundo, el Mesías dijo: a ti no te complacen sacrificios ni ofrendas; en su lugar me preparaste un cuerpo; no te agradaron ni holocaustos ni sacrificios por el pecado (aunque la ley lo exigía). Por eso dije: aquí me tienes como el libro dice de mí. He venido, Oh Dios a hacer tu voluntad”. Y en virtud de esa voluntad somos santificados mediante el sacrificio del cuerpo de Jesucristo, ofrecido una vez y para siempre (Carta a los Hebreos 10:1-18).

Es en la Cena del Señor que recordamos de una manera tangible lo que Él hizo por nosotros. Dios prometió en este nuevo pacto: “Pondré mis leyes en su corazón y las escribiré en su mente; y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades. Y cuando estos han sido perdonados, ya no hace falta otro sacrificio por el pecado”.

Sólo en Cristo hay salvación, perdón de pecados y seguridad de una nueva vida y eterna. ¡Aleluya!

Lee Hebreos 10:1-18